Mientras el pueblo onubense de La Palma del Condado abarrotaba la iglesia de la Parroquia de San Juan Bautista y la plaza que hay ante ella, en el funeral por la pequeña Miriam de 16 meses, en la Ciudad de la Justicia de Almería, su secuestrador confeso, Jonathan Moya y su amigo y presunto encubridor, Raúl, pasaban a disposición judicial.
Era el sábado 29 de diciembre de 2012, y habían pasado nueve días desde que Gema Cuerda, madre de cuatro hijos -dos de ellos viven con su padre, del que está separada, otro de doce años, y la bebé fallecida- y camarera ocasional, denunció que se habían llevado a su hija. Desde entonces ha vivido una agonía que sólo tuvo un punto de alivio cuando el día 27 fue informada de la detención del responsable, y luego conoció el desenlace que supuso encontrar muerta a la niña un día después.
Gema, que vive en La Palma con su madre, conoció a un joven de 25 años por internet hace dos o tres meses, y conectaron tan bien que él se fue a pasar unos días a casa de ella. Allí, y según todos los testimonios del entorno familiar de ella “nos engañó muy bien”, hasta el punto de que quedaron encantados con el almeriense y nadie tuvo reticencias a la hora de que Gema decidiera irse unos días a conocer a los padres de él durante la Navidad.
Lo que no sabían es que si ambos habían coincidido en internet es porque esa era una de las formas que tenía de ganarse la vida. En julio había estado en la prisión de El Acebuche (Almería) acusado de 12 estafas utilizando para ejecutarlas una falsa placa de agente de Policía Nacional, pero tiene hasta 18 antecedentes por diversos delitos, y tenía dos reclamaciones judiciales en el momento de su detención por este caso.
Según fuentes policiales, su modus operandi consistía en buscar por internet a vendedores de coches, concertar con ellos una cita, y luego, dejaba caer que era Policía e incluso mostraba la placa, para ganarse así la confianza de su víctima, que o bien le permitía probar el coche en solitario y desaparecía con él, o acordaban un contrato verbal tras una mínima señal, y hacía lo mismo.
Posteriormente, con ayuda de otro amigo falsificaba las matriculas y la documentación y lo venía utilizando la red también como escaparate.
Gema desconocía todo esto, y tal vez el temor a que lo descubriera puedo ser el motivo de la discusión que iniciaron en una carretera del término municipal de Gérgal, en la comarca del Río Nacimiento en el que se encuentran los pueblos de Fiñana y Abrucena entre otros. Lo cierto es que se produjo una monumental bronca en el coche, y él fingió una avería para hacerla bajar, y en cuanto pisó el asfaltó, aceleró llevándose no sólo sus ropas y enseres, también su vida, su pequeña Miriam.
Gema, desesperada, buscó ayuda en esa zona solitaria, y sólo logró dar un matrimonio mayor que veraba olivos y a los que se dirigió dando gritos de “¡socorro! ¡socorro! ¡se han llebado a mi hija!”, según tesficaban ambos. La acompañaron a una venta, un bar de carretera cercano, y desde allí avisó a la Guardia Civil.
A partir de ese momento comienza un trabajo de investigación cuestionable. Las informaciones que debían ser claras y concretas, resultan ser confusas y opacas. El juzgado de Instrucción 2 se hace cargo del sumario y lo declara secreto.
Si que se llevara a su hija debió ser la primera sorpresa para Gema, la segunda llegó cuando se enteró de que a quien ella conocía como Juan, en realidad era Jonathan, y que quien ella creía un chaval emprendedor y trabajador, no era más que un delincuente fichado y perseguido.
A los medios de comunicación trascendieron noticias contradictorias. Primero que Gema había dado los detalles del secuestrador pero que no tenía nada que era un desconocido para ella, luego el secuestro había ocurrido en un cortijo de Fiñana donde estaba ella pasando unos días, y posteriormente incluso se comentó que él había ido a recogerlas a Guadix (Granada) y de vuelta a Almería se produjo el suceso.
El hecho es que Gema dio a la Guardia Civil todos los datos desde el primer instante, es decir, quién era el secuestrador, qué vehículo tenía, en qué dirección escapó... todo, y además, este Cuerpo conocía sus antecedentes, tenía sus huellas, sabía quienes eran sus familiares en la comarca, quienes sus amigos, dónde tenían casas y cortijos todos ellos... pero mientras se filtraba a la prensa que podría estar fuera de la provincia, que se extendía la investigación a Granada, resulta que Jonathan no sólo no se había movido de la zona con una niña de 16 meses en las manos, si no que además cuando murió fue a otro pueblo a arrojarla a una balsa de riego, y más tarde buscó refugio en un cortijo propiedad de su padre, con la idea de que ahí no le buscarían porque ya había sido registrado días antes.
La confusión también se extendió a la segunda detención, ya que inicialmente se filtró que era un tío de Jonathan, y posteriormente se confirmó que era un amigo, y que ésta no había tenido lugar en la comarca si no en Almería capital. El grado de posible implicación de este segundo detenido se desconoce.
Más de un centenar de agentes de la Guardia Civil entre los que había especialistas de alta montaña y subacáticos, los del servicio cinológico y hasta dos helicópteros, tardaron una semana en dar con Jonathan una semana, a pesar de tener todos los datos y que la Delegación del Gobierno central en Andalucía no escatimó medios para resolver el caso.
En una casa de acogida de la Diputación almeriense, Gema y su madre esperaban el desenlace, que se produjo cuando Jonathan fue detenido finalmente, pero la niña no estaba con él. En ese momento aún se pensaba que podría ser encontrada con vida, porque de hecho, en sus primeras declaraciones en la Comandancia, asegura haberla vendido en Sevilla pero también haberla entregado a otra persona. Ninguna de las dos cosas es verdad, y finalmente reconoce que “se me murió” y la arrojó a una balsa de riego de Fiñana.
Encontrar la balsa en cuestión fue otra aventura. Agentes a los que se les habían adosado periodistas, políticos de la comarca y curiosos, fueron recorriendo las distintas y muy numerosas balsas hasta encontrar la indicada, y eso que su propietario declararía ante los medios de comunicación que había estado en ella varias veces en la última semana sin haber visto nada raro.
No sorprende que no viera nada, ya que el cuerpo apareció en una bolsa negra cargada de piedras para evitar que flotara. Miriam, según el informe preliminar de la autopsia efectuada por el Instituto de Medicina Legal de Almería, tenía múltiples golpes, y uno de ello especialmente grave en la cabeza, pero hasta que el Instituto de Toxicología de Andalucía en Sevilla no estudie los tejidos que le han enviado no podrán determinarse más circunstancias. Y es importante para la calificación futura del delito saber si esos golpes fueron determinates para la muerte o si fueron posteriores a ella (por ejemplo al echar las piedras en la bolsa donde ya estaba ella), si se hicieron con intención de matarla o si pudieron ser accidentales; del mismo modo habrá que conocer si murió así o la arrojó viva a la balsa.
Lo que sí deja claro la autopsia es que, aunque con un margen muy amplio, Miriam murió entre dos a cinco días antes de ser encontrada. Dicho de otro modo, Jonathan tuvo con vida a la bebé de dos a cuatro días, por lo que si la Guardia Civil hubiera sido más diligente en la investigación tal se habría producido un final feliz.
Miriam, a sus 16 meses ya está bajo tierra, su secuestrador confeso y presunto homicida en prisión incondicional sin fianza, como su presunto colaborador.
Rafael M. Martoswww.noticiasdealmeria.comEditor[email protected]