Más de 682.000 personas se benefician del IMV, una ayuda gubernamental que va, a lo sumo, desde los 483,03 euros mensuales a los 1.065 euros en el caso de las unidades de convivencia más grandes. Unas cifras preocupantemente inferiores, por ejemplo, al salario mínimo interprofesional o, por ende, al mínimo de ingresos que los expertos consideran básicos para la subsistencia del módulo familiar, sea cual sea su composición: el 60% de la mediana de renta del país. Cuando el último recurso que existe únicamente llega al 1,45% de la población en general, mientras que la cantidad de personas en situación severa de pobreza se estima en torno al 4,7% del total, nos indica que hay un problema galopante que no ha hecho sino incrementarse con la pandemia derivada de la COVID-19.
Como decíamos, mujeres y niños son los más afectados, y es que, más allá del perfil medio de solicitante de ayudas, el 27,3% de los menores vivían bajo el umbral de la pobreza antes de la epidemia mundial, algo inconcebible en la cuarta economía de Europa, sólo superada en este vergonzoso aspecto por Bulgaria y Rumanía. Todo esto deriva en una situación muy complicada para los más jóvenes, que no solo tienen que luchar contra la pobreza sino contra el aislamiento y la exclusión social. Los derechos de los niños son vulnerados sin ellos tener culpa y, mucho menos, la responsabilidad de esta disposición.
Foto de Aldeas Infantiles SOS
La situación no ha hecho más que empeorar en los últimos meses, puesto que casi el 30% de los menores de seis años de edad se encuentran en riesgo de pobreza, un dato que ni siquiera se rozó en los peores momentos de la crisis económica que dio comienzo en el año 2008. La cifra se extiende hasta el 50% en el caso de hogares monoparentales, mientras que hay una referencia aberrante que no puede hacer sino sonrojarnos como sociedad: casi el 6% de los menores sufre la privación de elementos básicos del día a día como pueden ser, un inodoro o, por ejemplo, un plato de ducha o bañera.
La vida para estos jóvenes solo presenta obstáculos, algo que se refleja sin dar lugar a dudas en otros parámetros a tener en cuenta, como la alta tasa de abandono escolar en el primer ciclo de enseñanza secundaria, puesto que en estos hogares solo el 17% de los adolescentes alcanza el siguiente ciclo, con situaciones que les llevan a sufrir segregación e incluso llegar a afectar a su salud mental y, en definitiva, en general.