Manuela Fernández decidió abandonar su tierra natal. Tenía 23 años de edad y un niño de cuatro. Dejaba atrás Gijón y la pescadería donde trabajaba con su marido y también con su amante. Éste último, Daniel Sánchez San Martín, no estaba dispuesto a perderla. La acompañó durante parte del viaje a Madrid, pero no consiguió hacerla desistir de su empeño..
A los pocos días, 25 de febrero de 1957, decidió acudir en su búsqueda a la capital de España. Se presentó en la cafetería en la que se había colocado recomendada por una amiga. Le saludó cariñosamente y quedó que la esperaba a la salida..
Su decisión estaba tomada. ¡Será mía o de nadie!.
Comieron, pasearon tranquilamente y se dirigieron hacia la estación de Las Peñuelas.. Destino final si no había reconciliación. La muchacha expresó su deseo de continuar su vida en solitario. Buscaba nuevos horizontes laborales y también sentimentales. Los puños del frustrado acompañante se comprimieron con fuerza. Tras unos segundos sacó una navaja, la abrió parsimoniosamente y le pegó tres tajos. Mortales. Después huyó corriendo..
Un mozo de Renfe acudió presto a los gritos de auxilio. Vio huir al agresor. El cuadro sangriento que presenció fue espantoso. Avisó a la autoridad. Describió físicamente al agresor..
Al poco éste era detenido oculto en el piso de una tía suya en Gijón. Negó todo, pero las evidencias eran irrefutables. Se pidió la pena de muerte, que fue sustituida por la de condena a 30 años de cárcel. Así terminaba una loca historia de amor.