¿Acaso creéis que mi hijo seguiría con vida de no haber tomado esta medida? ¿No veis que vivimos en un pequeño pueblo de la provincia de Jiangxi (al sureste China), sin ninguna posibilidad de un tratamiento adecuado que pueda evitar que tenga otro ataque y muera alguien más a sus manos?
Y, lo que es más grave, ¿no veis que si alguien decide cometer un crimen atroz en este pueblo y no se sabe quién ha sido, el principal sospechoso va a ser mi hijo y los vecinos podrían apalearle o matarle sólo por la mera sospecha de que él pueda haber sido el responsable?
No he mantenido a mi hijo en una cárcel por gusto, ¿sabéis? Una cárcel que yo misma he tenido que hacer, porque ni el herrero del pueblo quiso prestarse a ello no fuera que mi hijo, que ya se escapara una vez, volviera a escaparse fuera a por él y en uno de sus ataques lo matara a golpes como al adolescente de 13 años que mató hace 11 años.
Pero claro, ¿cómo vais a saberlo? ¿Cómo vais a entenderlo, siquiera? Vosotros que vivís en un mundo sumamente desarrollado, en el que los expertos en el tratamiento de estas enfermedades se encuentran a la vuelta de la esquina o a una llamada de teléfono de distancia.
Hace menos de tres años, se estimó que en mi país, China, que tiene más de 1.300 millones de personas y al menos 16 millones de ellos con trastornos mentales graves, únicamente existen 20.000 psiquiatras, 20.000. ¿Acaso creéis que podría pagar los tratamientos para mi hijo? ¿Acaso pensáis que alguno de ellos va a querer tratar a mi hijo o se va a acercar acaso a mi casa a verle?
Ni hablar. ¿Qué podía hacer yo cuando mi hijo mató a golpes a un joven adolescente y tras un año en la cárcel fue liberado por su enfermedad, por la esquizofrenia que padece y le diagnosticaron con 15 años?
El pueblo no estaba tranquilo y cada vez que salía a la cárcel portando las esposas con el que le manteníamos “limitado”, por decirlo de una forma suave, lo miraban con recelo. ¿Qué podía hacer yo? ¿Esperar a que mi hijo volviera a perder la cabeza y matara a alguno que le mirase mal?
No, eso no era imposible. Es mi hijo y lo protegí de un mundo rural, tradicional y arcaico que lo miraba con recelo. Primero construí una jaula en la que encerrarle, pero era débil y en uno de sus ataques consiguió escaparse.
Su vida y la de mis vecinos volvían a peligrar. Yo era mucho más que consciente de lo que podría pasar si alguien sufría alguna herida, un linchamiento público, un apedreamiento o cualquier forma pública de escarmiento y no estaba dispuesta a permitirlo. No lo estaba. Así que nuestra familia lo capturó y lo encerramos en una cárcel mucho más resistente que la anterior que tuve que fabricar y en donde le he conseguido mantener vivo durante 11 años.
¿Creéis que no ha sido difícil para mí como madre, tener que mantenerle cautivo y no poder tratarle como corresponde a cualquier enfermo? He llorado durante años y cada vez que me acercaba a la jaula se me partía el corazón… sentía como un puñal me atravesaba de parte a parte, pero tenía que ser fuerte.
No podía permitirme el lujo de dudar en que lo que hacía era lo correcto: estoy manteniendo a mi hijo y a mis vecinos con vida, me tenía que decir una y otra vez.
A la gente le importa poco si estás enfermo o no, si vuelve a atacar a alguien, puedes morir, le tuve que decir en infinidad de veces a mi hijo que ahora tiene 42 años hasta que lo entendió.
Ahora los medios extranjeros me quieren hacer pasar por un monstruo que mantiene preso a su propio hijo, mostrando imágenes de él capturado y encerrado, pero no es infeliz. Sabe porque tiene que estar ahí y lo comprende. Puede que no sea la solución perfecta, pero ha logrado mantenerle con vida. ¿Quiénes son ustedes para juzgarme?
¿Acaso tiene alguna magulladura? Cierto, lleva una década atado por los tobillos a una década. Cierto no lleva unos pantalones que, por otra parte, tampoco necesita, pero no vive mal, aunque se siente sobre una montaña de mantas. Está vivo y sano, eso es lo único que me importa. Comía tres veces al día, le proveía de un lugar donde hacer sus necesidades y no le dejábamos sólo.
Lloré miles de veces por tener que hacer esto, pero ahora mis lágrimas están secas. Recibimos ayuda humanitaria para alimentar a mi hijo del estadoy de los vecinos que durante años han visto bien esta situación, pero eso no me habría servido de nada si hubiera muerto o hubiera matado a alguien más, ¿no es así?
Yo, Wang Musian, tengo 74 años, mi hijo 42, ¿qué vais a hacer conmigo? ¿Qué vais a hacer con él? Conmigo está a salvo y mis vecinos de él. Iros y olvidad lo que habéis visto. Sé que no se le debería mantener preso así, pero no existen otras alternativas para mi hijo, no en dónde vivimos y con los recursos de los que disponemos.