Si bien esta declaración no tiene validez judicial ya que se hizo sin la presencia de un abogado, sirve como una introducción a aspectos de la personalidad del principal sospechoso del doble crimen que sacudió el sábado pasado al barrio Roque Sáenz Peña, un muchacho que tenía una orden de captura desde julio de este año por un asesinato en la localidad salteña de El Galpón.
El doble crimen de los hermanos Ponisio, ocurrido la mañana del viernes 16 de octubre, conmocionó a toda la sociedad rosarina. Tanto por lo ilógico como por lo misterioso de un doble homicidio en el que los fiscales debieron optar por no desvelar públicamente el móvil para no perder el control de la investigación. Como en un capítulo de una serie de moda, un hombre entró en la vivienda sin forzar la puerta de calle de una señorial vivienda de la zona sur conociendo los movimientos de ese hogar donde residía un matrimonio de profesionales con sus hijos adoptivos. El sospechoso sabía que a esa hora Mónica Pesce, una reconocida fonoaudióloga ligada al Grupo Médico Oroño y madre de Javier y Agustina, estaba en el gimnasio; y que el padre de los jóvenes, Guillermo, había viajado a Ushuaia.
Según registros recabados por las pesquisas, el asesino se coló en la casa a las 8.30, mató a Javier con tres disparos y a Agustina con dos balazos en la cabeza. Todos efectuados con una pistola calibre 9 milímetros. A las 8.40 se subió a su Fiat Siena color gris topo que había dejado estacionado en la puerta y se fue a toda velocidad, doblando por Sánchez de Bustamante hacia el oeste.
El asesino se fue, pero su coche, el que tiene registrado a su nombre, quedó grabado en una cámara de videovigilancia pública. Ese fue el primer dato con el que comenzó a trabajar la Policía de Investigaciones (PDI) rosarina y el fiscal Florentino Malaponte.
Cuando Mónica Pesce abrió la puerta de su casa el viernes 16 de octubre, cerca de las 9 de la mañana, se encontró con la peor pesadilla de la vida de un padre: sus dos hijos yacían asesinados a balazos. Agustina, de 28 años, estaba en el comedor con dos proyectiles en la cabeza; Javier, de 25, en el descanso de la escalera con tres disparos en el cuerpo. Agustina trabajaba como administrativa en el Sanatorio de Niños desde febrero de este año, mientras Javier dirigía un negocio familiar de venta de quesos gourmet. En la casa parecía no faltar nada. No había desorden. Sólo tres cajones de las cómodas, de las habitaciones de las víctimas y sus padres, estaban abiertos. Y ante la confesión del sospechoso frente a policías de Santiago del Estero, de allí habría sacado el dinero.
Tras la muerte de sus hijos, Mónica y Guillermo cerraron la casa y salieron de la ciudad. Cuando pudieron regresar se dieron cuenta de que le habían robado una cifra no precisada de dinero a su hijo (originada en la venta de quesos a la que se dedicaba). También faltaban una tablet de Agustina, una notebook de Mónica, otros elementos de electrónica y algunas joyas. Así, el hecho comenzó a delinear su móvil: un doble homicidio criminis causa. Es decir cometido para tapar el robo.
El Fiat gris. Todo comenzó a aclararse cuando a los padres de los jóvenes asesinados les mostraron la captura de una cámara de videogilancia en la que se veía un Fiat Siena color gris topo con el retrovisor delantero izquierdo arrancado. “No puede ser. Ese es el coche de Javier P.”, dijeron pronunciando el apellido del principal sospechoso, cuya identidad se preserva por orden del fiscal Malaponte. Entonces aportaron datos a la investigación acerca de que el muchacho residía en la localidad salteña de El Galpón y que venía regularmente a Rosario, entre otras cosas, “a realizar cursos sobre armas”. Además, Javier P. le dijo a los Ponisio que como tenía a su padre enfermo de cáncer debía viajar a menudo entre Buenos Aires, El Galpón y Rosario. Así se comenzó a mover la ingeniería de una investigación por demás de compleja.
Identificado. Con un nombre y un apellido en sus manos, los investigadores conocieron que Javier Hernán P. tenía registrados ocho domicilios y que había nacido en la provincia de Buenos Aires. También supieron que en las elecciones primarias del último agosto había sufragado en una escuela cercana al Abasto Shopping, en Capital Federal. Y también contaron con el dato de que el joven había sido novio de una amiga de Agustina, por lo que la muchacha quedó relacionada con él tras la ruptura de la pareja, cuatro años atrás.
Javier P. había visitado varias veces la casa de los Ponisio y, según se pudo reconstruir, el jueves 15, un día antes del crimen, llevó a Agustina a su trabajo en el Sanatorio de Niños al filo de las 9 de la mañana. Con esos datos los investigadores pidieron la intervención de dos móviles del sospechoso. Trabajaron sobre la patente del coche y comprobaron que el Fiat Siena tenía en los últimos tres meses múltiples infracciones de tránsito en las provincias de Santa Fe, Buenos Aires, Córdoba, Santiago del Estero y Salta. Eso les dio una idea de la alocada movilidad del sospechoso. Pero los policías rosarinos y el fiscal Malaponte pronto se darían cuenta de que no eran los únicos que buscaban a Javier Hernán P..
Matar al playero. Ariel Ríos tenía 28 años. Era el mayor de cuatro hermanos. Todos lo conocían por “Pachito”, apodo que heredó de uno de sus tíos. Desde hacía más de dos años trabajaba por 7 mil pesos al mes como ayudante en la estación de servicio Refinor, ubicada sobre la ruta nacional 16, a 5 kilómetros del casco urbano de la localidad salteña de El Galpón, un lugar herido de muerte por un sismo el pasado 17 de octubre.
La madrugada del 13 de julio Ariel estaba de turno. Y a las 3 de la mañana fue asesinado mientras descansaba. Le pegaron un certero disparo calibre 9 milímetros en la cabeza. La autopsia determinó que el disparó fue realizado desde atrás, en la parte superior del cráneo y con una trayectoria de arriba hacia abajo. El asesino se llevó 70 mil pesos que estaban en la caja fuerte de la oficina y omitió llevarse un maletín con 300 mil pesos.
Foráneos. Sobre mediados de agosto de 2014 a El Galpón llegaron dos foráneos que se instalaron en el pueblo y pusieron una sandwichería: el paraguayo Jorge Raúl P., de 61 años, y su hijo Javier Hernán P. Los dos hombres alquilaron una habitación y abrieron el comercio en pleno centro con el nombre “Los ositos”, en honor al supuesto apodo del padre. Ambos dijeron residir en la ciudad de Rosario.